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 Proyecto HIPÉRICO", una sucinta visión de arquitectura moderna urbana, funcional, integrada en grandes parques para el ocio de las personas, y las sensaciones que pueden generar cuando estos espacios están despoblados.

Hipérico: planta herbácea de la familia de las hipericaceae que crece de forma silvestre al borde de los caminos y en ambientes secos y soleados. Desde la antigüedad (Hipócrates, Plinio el Viejo y Galeno) hasta ya el siglo XVII (Dodonaeus) el aceite esencial de sus ovaladas hojas se ha usado como analgésico, como remedio contra la ansiedad y los remordimientos interiores y a modo de sahumerio con la quema de sus ramas contra los malos espíritus y demonios. En conjunto, el hipérico se utilizaba para curar las más diversas enfermedades, entre ellas lo que era dado en llamar “melancolía”, que San Isidoro de Sevilla describió como “angustia del alma, acumulación de espíritus demoníacos, ideas negras, ausencia de futuro y una profunda desesperanza”, definición que correspondería a lo que hoy conocemos como depresión. El proyecto fotográfico "Hipérico" ha sido realizado entre los meses de marzo y junio de 2.019 y todas la serie, 14 fotografías, ha sido hecha en la misma localización, el “Parque Juan Carlos I”, en Madrid capital. Desde que las ciudades se impusieron como hábitat principal y centro neurálgico de las sociedades humanas frente al campo, aquellas no han dejado de crecer en extensión y en densidad de población. Con el paso de los siglos, lo que en su día se concibió como punto de encuentro de la sociedad para el desarrollo humano y en la que interactuasen sus diferentes estratos sociales en estrecha convivencia, ha devenido en urbes de grandes espacios en los que se concentran explosiones demográficas que favorecen el individualismo y la incomunicación, todo ello entre grandes construcciones masificadas en las que nadie conoce a nadie. La carrera por ganar tiempo al tiempo transcurre entre grandes distancias que intensifican la ansiedad y el aislamiento. Para paliar el alejamiento del ciudadano respecto a la naturaleza se han creado desde hace tiempo en las ciudades grandes espacios con zonas verdes para el ocio y esparcimiento. En ellas, por unos instantes, el individuo rememora que, en su día, su existencia pertenecía a la naturaleza. La figura humana dota a estos parques urbanos de movimiento y de sentido. El aislamiento progresivo del hombre entre construcciones artificiales de cemento y cristal en la ciudad se desvanece cuando frecuenta estos lugares en los que el tiempo se detiene y deja de consumir con avidez la existencia. Tal vez sea porque el ser humano ha olvidado a desenvolverse en la naturaleza, muchos de estos espacios verdes integran elementos arquitectónicos de hormigón o acero que permiten su recorrido sin los obstáculos que un entorno natural virgen ofrecería a quien ha perdido ya la identidad con la naturaleza. Sin embargo, el aspecto de estos espacios naturales dista mucho de parecer acogedores y hospitalarios cuando, paradójicamente, la figura humana desaparece de los mismos. Entonces, se tornan inhóspitos, desolados; el desasosiego se torna protagonista. Como proponían los antiguos, el uso del hipérico como remedio natural contra estados bajos del alma se revela necesario. Cabría preguntarse quien necesita a quien para tener su sentido, si el hombre de estos espacios naturales para desasirse de la artificiosidad urbana o estos espacios naturales del hombre con el transcurrir de sus pasos a la vista de estas imágenes. Epílogo: justo un año después del comienzo de esta serie fotográfica la pandemia causada por el COVID 19 produjo que la visión expuesta en este proyecto fotográfico no fuera una simple ensoñación. Este parque, al igual que otros en el mundo, cerró sus puertas al público el tiempo que duró el confinamiento y ambos, naturaleza en urbes e individuo en naturaleza, interrumpieron su simbiótica relación.

 Proyecto "Huertos urbanos", un recorrido urbano por un modo de producción alternativo para el consumo en las grandes ciudades. Una vida sin capitalismo es posible.

Lo que hoy conocemos como “huertos urbanos” nacieron como efecto de las grandes migraciones del mundo rural a la ciudad que se sucedieron en los comienzos de la Revolución Industrial, en el siglo XIX. Las grandes masas proletarias vivían en condiciones miserables y para poder subsistir recurrieron al medio que mejor conocían, el de la agricultura. En las míseras casas en las que malvivían habilitaron pequeños espacios para cultivar y así poder autoabastecerse y no morir de hambre con los productos que obtenían de sus pequeñas cosechas. A estos huertos se les conocía con el nombre de “poor gardens” (jardines de pobres) y no eran del todo propios ni mucho menos de producción comunal. Las industrias que tenían contratados a estos obreros les cedían dichos espacios, pero intervenían el volumen de la producción para que fuera el justo y necesario para el consumo de cada familia y evitar así que se lucrasen con la venta de los excedentes de producción. Con este control de la patronal se aseguraban que sus masas proletarias estuvieran siempre en una situación de necesidad de trabajar y poder seguir explotando, pero al mismo tiempo que no estuvieran en la inanición como para evitarles producir en las fábricas. Gracias a este básico sistema de producción se conseguía mantener la estabilidad social y la persistencia del sistema capitalista. La proliferación de los “jardines para pobres” se extendió en aquellos países en los que la revolución industrial llegaba: Inglaterra, Alemania, Bélgica, Francia… y las leyes autóctonas para controlarlos también.  Si la necesidad de subsistir causada por la explotación laboral fue el fundamento de los huertos para pobres durante la Revolución Industrial, la necesidad de mantener el equilibrio del sistema económico fue el motor de los huertos urbanos en el siglo XX en Europa debido a las dos Guerras Mundiales y al periodo de entreguerras. Estos huertos tienen dos diferencias respecto a los primeros: una, pasan a denominarse "War gardens" (Jardines de guerra) y dos, su uso ya no se restringe a uso doméstico, que también, sino que dada la excepcionalidad de los periodos bélicos su aplicación se extendía a uso comunal y de barrios. Con una producción mayor que la que daba los jardines para pobres del pasado se evitaba recurrir a la importación de alimentos y, derivado de esto, se conseguía que los barcos se usasen para la guerra: transportar elementos y armas a las tropas y alimentos también.  Para los jardines de la guerra se usaba cualquier terreno fértil: jardines, parques públicos, campos de fútbol…  Destacar que la gestión de estos huertos de guerra era gestionada por las mujeres que, lógicamente, no iban al frente y por hombres que no era posible movilizar. Con esta estructura económica, el sistema se mantuvo en equilibrio. Los huertos urbanos estuvieron en el lado del sistema.  Terminada la Segunda Guerra Mundial la reindustrialización y la reconstrucción de las ciudades no dio continuidad al desarrollo de esta economía doméstica y comunal, sino que los espacios fueron ocupados para otras funciones. Allí donde había solares se construyeron edificios de viviendas por el boom de natalidad o complejos empresariales para revitalizar la economía; grandes huertos comunales se convirtieron en parques de ocio para esparcimiento. La economía de subsistencia desapareció y no sería hasta la década de los 70 que se necesitó recurrir a ella de nuevo. Como precedente cercano, a finales de los 60 con la contracultura hippie la idea de autoabastecerse y autogestionarse renació en las comunas, pero esta vez como símbolo anticapitalista y muestra de cultura underground; frente a una economía consumista se propugnaba una producción acorde a las necesidades del grupo. En los 70 se produjo una importante crisis económica conocida como “la crisis del petróleo”. El estancamiento económico fue devastador y en una gran ciudad como New York surgieron las llamadas “green guerrillas”: al modo de guerrillas urbanas, sus integrantes lanzaban bolsas de semillas en solares de barrios marginales.  Superado el primer rechazo gubernamental, con intento de clausuras de huertos incluidos, consiguieron establecerse gracias al apoyo popular y a día de hoy “green guerrillas” existe como ONG.  Gracias a estos huertos urbanos se pudo sobrevivir allí donde la economía de mercado capitalista no satisfacía unas necesidades mínimas y sus vecinos carecían de alternativa y de desarrollo personal y social. Con el paso de los años, estas iniciativas urbanas han devenido en la cultura del ecologismo y del cuidado del medio ambiente.  A día de hoy, los huertos urbanos se han convertido en un reducto de actividades realizadas por vecinos mayores sin actividad laboral, asociaciones culturales vecinales, como lugar de esparcimiento de los más pequeños los fines de semana. Son los centros de los llamados “grupos de consumo”, donde se venden productos de la tierra sin intermediarios, solo productos de temporada, donde no se produce más que lo que se pueda consumir.  Ya sea en la precaria sociedad siglo XIX, en periodos de guerras, como símbolo de protesta hippie o como símbolo neoecologista, los huertos urbanos han sido y será un lugar para soñar que un mundo más allá del capitalismo es posible.  Este reportaje no hubiera podido realizarse sin la colaboración desinteresada de todos aquellos agricultores urbanos que dedican su tiempo y su vida a los huertos urbanos. Las fotos se hicieron en el 2.018 y en huertos de Madrid capital: Huerto del Batán, Huerto de La Cornisa, Huerto de La Bombilla, Huerto La Plaza y Huerto de La Tabacalera. A todos ellos, gracias

 Proyecto "Huertos urbanos", un recorrido urbano por un modo de producción alternativo para el consumo en las grandes ciudades. Una vida sin capitalismo es posible.

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